Hace un tiempo leí una historia en la que un joven iba a un retiro a aprender a meditar. Conocería a un gran maestro de meditación, por lo que estaba muy emocionado. Ya se encontraba en el monasterio y estaba todo listo para que el día siguiente él y otras personas conocieran al gran maestro. Esa noche para él fue de impaciencia y emoción. Casi no pudo dormir de sólo pensar que finalmente, al amanecer, conocería a su maestro.
Amaneció y llegó aquel día tan esperado. Todo estaba listo. El joven junto a sus compañeros fueron trasladados a un bello salón de meditación al aire libre. Al final del lugar se encontraba el maestro. Sentado con sus piernas cruzadas, su espalda estirada, su cara relajada. Se veía como una gran montaña que reposaba allí tranquilamente.
El joven y el resto del grupo se sentaron en sus espacios. Les pidieron a todos que adoptaran la misma postura del maestro. Con gran entusiasmo y con ganas de por fin recibir todas las enseñanzas del maestro, todos intentaron adoptar su misma postura.
Pasaron algunos minutos. Había silencio. Sólo se escuchaba el sonido de la naturaleza. El maestro seguía allí, sentado en calma con sus ojos cerrados. El joven pensaba “¿Cuándo empezará esto?”. Pero nada sucedía. El silencio seguía y el maestro continuaba en su postura de meditación.
Luego de un rato prolongado, el maestro abrió los ojos y con una voz suave les dijo a todos “Esto es todo”.
Muchas veces intentamos hacer definiciones complejas de la meditación, o creemos que se trata de algo complejo, de experiencias o emociones determinadas que a través de ella podremos llegar a un estado especial.
Cuando realmente, la meditación es una de las pocas -si no la única- de las actividades humanas en la que deliberadamente la intención no es llegar a algún lado, ni lograr algo en específico ni llegar a ser de cierta manera.
La belleza de la meditación es su simplicidad. Es simplemente hacernos conscientes del momento presente, observarlo y aceptarlo tal cual es, sin querer cambiarlo o esperar que sea de “cierta” manera.
La meditación es una ventana a la vida. Es una oportunidad de vivirla a plenitud, sin perdernos en nuestros pensamientos del pasado o en nuestras ansiedades acerca del futuro. La meditación es la práctica que nos enseña a vivir cada momento, a saber estar en el presente, a dejar ir nuestra constante inquietud de querer llegar a un lado distinto al que estamos o querer que la realidad sea de manera diferente a la que es.
Con la meditación aprendemos a internalizar que aquello que sucede ahora es simplemente lo que está sucediendo.
También es un camino a nosotros mismos, a nuestro despertar. La meditación puede abrirnos las puertas hacia la libertad, hacia nuestra verdad. Nos enseña a sostener la totalidad de nuestras vidas, con sus alegrías y sus tristezas, sus goces y sus dolores, sus ganancias y sus pérdidas, su amor y su miedo.
Volver a lo sencillo es hermoso. Despojarnos de nuestros prejuicios y pensamientos aprendidos nos enseña que, en realidad, todo lo que necesitamos está aquí y es perfecto tal cual es. Solamente hay que despertar, observarlo y aprender a aceptarlo.