Ser artista y ser mamá
Uno comienza a hacerse todas las preguntas cuando de pronto te enteras que vas a ser mamá. En mi caso, esa noticia llegó de sorpresa.
Pero antes… vivía la vida organizándola como si fuese un clóset con cajones y departamentos. “Antes de ser mamá me dedicaré a A, B y C”. “Cuando finalmente decida dar ese paso es porque habré logrado X, Y y Z”.
Categorizaba mis sueños como si fuesen tipos de té. Ponía fechas y delineaba perfectamente un recorrido progresivo con cimas por conquistar.
Cuando se quiere ser mamá eventualmente, uno empieza a sacar cuentas del tiempo que necesitas. Y, en especial cuando se es bailarín, el tema del cuerpo es el mayor de los miedos. El cambio se ve aterrador cuando no se ha vivido: la barriga enorme, el tiempo de reposo, el volver a tu cuerpo “de antes”. Y entonces todo se posterga infinitamente.
Pero, cuando las sorpresas ocurren, no hay nada más que hacer que detenerse, observar, internalizar y decirle adiós con una sonrisa a todos esos planes y esquemas perfectamente diseñados que quedarán atrás para siempre porque ahora todo será distinto.
La vida cambia por completo. En un instante. A mí, para ser sincera, me costó aceptar esa nueva realidad. Más siendo una persona que le gusta tener todo “bajo control” (como si eso fuese posible). Hoy lo veo en retrospectiva y lo viviría distinto: más relajada, más abierta a vivir el presente de cada momento y a disfrutar más libremente cada etapa. Pero uno no aprende hasta que lo vive.
Y en ese cambio de vida creía tener dos alter ego: la artista y la mamá. (Sin saber en dónde quedaba el yo).
Transité el tiempo de pausa, de transformación. Atravesé los miedos hasta llegar al otro lado de la ilusión: la nueva realidad siendo artista y siendo mamá.
Y fue allí cuando me di cuenta de lo absurdo de querer departamentalizar las partes de mí. No es es que soy artista y soy mamá. Sino que soy. Una misma persona que sabe conjugar distintos verbos a la vez mientras la vida va transcurriendo. Y entonces bailaba y amamantaba, soñaba y creaba vida.
Una misma alma que ahora baila mientras se descubre como mamá y lleva a su baile la profundidad de haber traído una vida al mundo. Descubrí una nueva calma que antes no tenía. Bailar en calma, sin querer correr, sin querer hacer mil cosas para llenar de movimiento mi baile, entendí que al estar enraizado a la tierra también se baila, que hay movimiento en una mirada y que los pasos más bonitos nacen de una conexión real con el presente, con la música que está sonando, con el cante y su poesía, con los armónicos de la guitarra, con la energía de quienes te contemplan.
Y esa calma no me la había dado nada ni nadie. Fue luego de haber parido a mi hijo y haberme parido a mí. Porque ese día nacimos los dos.
Entonces… vuelvo a preguntarme: ¿ser artista y ser mamá? Hoy asiento con una sonrisa, porque sé que, en realidad, se trata de ser. Ser con todas las partes de mí. La herida alimenta la sonrisa. El amor suaviza el dolor. El miedo fortalece el alma. Y, aunque definitivamente la maternidad no es para todo el mundo (y pienso que es perfecto que sea así), hoy mi invitación es a que no le temas. Y esto aplica para todo, no sólo la maternidad. Hay muchas personas con distintos talentos con miedo a darle voz a todos.
Todas las partes de ti te conforman, te completan. No serías tú sin una de ellas. Y cuando hay verdad, es posible conjugar distintos verbos a la vez. Ser artista y ser mamá… hoy sé que se trata más bien de ser humanos. De escuchar lo que hay adentro, de ver lo que la vida me tiene en el presente y de transitar el camino.
Te invito a honrar todas tus voces, todas las partes de ti. Incluso esas que tienen todo “perfectamente organizado y planeado”. Desde mi experiencia como artista, mamá y como ser humano me emociona pensar que al otro lado de esta pantalla está alguien que, como yo, quiere saber darle voz a todas las partes de sí.
Tú puedes. Y yo quiero escucharlas.