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El flamenco atrapa, enamora, embelesa. El flamenco desde su simplicidad aborda las emociones más profundas. El flamenco inunda los lagos del alma. El flamenco habla el idioma que todos entendemos, como el de las sonrisa o el de las lágrima. El flamenco es puente directo a lo más hondo de nosotros mismos. 

Siento el flamenco como algo muy mío, pero sé que es prestado. Cuando veo mi vida desde afuera, entiendo lo importante que es para mí, por todo lo que me ha dado, empezando por un sentido que definitivamente le da a cada día de mi existencia. 

El flamenco es noble y a la vez desgarrador; y esa contradicción nos permite a todos vivirlo de una manera distinta. Lo cierto es que el flamenco te lleva a tu propia verdad, a ese lugar en el que te conectas con tu propio ser, con el instante presente, con aquello que se convierte en una expresión perfecta de la vida.  

Luego de llevar un tiempo meditando, descubrí que el flamenco es mi meditación favorita. Creo fielmente que existen mil maneras de meditar. Digo mil por poner un número. Sé que hay tantas maneras como personas que meditan. Meditar es estar en el momento presente. Es conectarte con lo que está sucediendo en el ahora instante tras instante. Meditar es dejar a un lado la divagación constante de la mente. Meditar es vivir al 100% el ahora. Meditar es conectar. 

Y desde esa perspectiva, para mí hace mucho sentido que el flamenco pueda ser una meditación. Los que han visto flamenco saben que la conexión que surge en ese momento es absoluta, es sublime, es como un hilo mágico que une las almas de las personas. Un ole, cuando nace espontáneamente es una expresión elocuente de dos almas que se están comunicando: el alma que hace y el alma que se conmueve; y eso no tuviese lugar si esas dos personas no estuviesen plenamente en el momento presente. 

Cuando bailo -o la mayoría de las veces- sólo puedo estar allí. Cruzo mi propio puente a la liberación, a la perfección, y no porque lo que esté haciendo sea perfecto -¡para nada!- sino porque estoy allí al máximo con mi cuerpo, mi energía, mis emociones y mis sentimientos en ese instante que se renueva segundo a segundo.

Esto no sucede sólo cuando se baila, también cuando se canta o cuando se toca. El quejío desgarrador de una cante o recorrido titilante de las cuerdas de una guitarra son, sin duda, un momento de conexión absoluta con el instante presente… y eso para mí es meditar. 

Probablemente mi perspectiva parezca demasiado etérea para los flamencos y demasiado terrenal para los meditadores, pero la verdad es que a mí me resulta demasiado evidente.

El flamenco es mi puente hacia la libertad, hacia mi verdad, hacia la aceptación de aquello que es. Cada vez que lo cruzo no vuelo a ser la misma. A veces llego a lugares felices, otras veces a lugares más tristes, pero todas las veces termino complacida de haberlo cruzado, de haber vivido ese presente y de haberme conectado con mi parte más humana. 

Te invito a cruzar tu propio puente. Encuentra esa actividad que logre conectarte al máximo con el momento presente. Quizás sea cantar, pintar, cocinar o mirar un atardecer. Sea cual sea esa actividad, búscala, experiméntala, vívela, construye tu propio puente y crúzalo todas las veces que sea posible. Vive así tu propia manera de meditar. 

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